Dos vidas paralelas… que acaban teniendo un final común
Érase una vez un niño que nació en Chicago y tenía un don especial en psicomotricidad.
Con apenas seis años de edad descubrió que… para subir al piso superior de su casa, le era igual de fácil hacerlo andando por las escaleras, que haciendo el pino por las mismas (sujetándose con las manos boca abajo). Un detalle, que no pasaba nada desapercibido… era muy extravagante.
Sus padres, lejos de reprimirle una situación tan insólita, le permitieron seguir desarrollándose y ejerciendo libremente por su casa. Nos podemos imaginar la cara de este niño, que intentaba jugar con lo que encontraba a su paso, la primera vez que pisó un gimnasio con 8 años. Tener equipamiento deportivo (aunque fuese básico) para niños de su edad, era mejor que haberlo llevado a alguno de los parques temáticos más famosos del mundo.
A partir de ahí, empezó a compaginar sus estudios con el entrenamiento en gimnasia, lo que había sido (y continuó siendo) su auténtica pasión.
Con 12 años ganaba el campeonato estadounidense de gimnasia juvenil.
Con 14 años ganaba un campeonato de la federación de gimnasia estadounidense, ya en categoría absoluta.
Y con 18 años, participaba en las olimpiadas de Montreal 1976, siendo el participante más joven de la delegación estadounidense.
Estados Unidos no participó en las olimpiadas de Moscú 1980 por boicot y retornó en Los Angeles 1984 como anfitrión, ya con 26 años, tuvo unas olimpiadas más que “doradas”. Colaboró en dos medallas de oro para la competición por equipos y consiguió medalla de oro individual en barras paralelas. Algo que, quizá puede parecer “normal”, Estados Unidos nunca había destacado en gimnasia, hasta la fecha. Tanto que desde Londres 1904 no había logrado ganar ninguna medalla de oro en este deporte
Sí, cierto, los países de Europa oriental, dominadores de este deporte, no participaban, lo que allanaba el camino… pero la medalla era la medalla, participantes de su país había varios y él fue quien se llevó el oro olímpico.
Ahora vamos a retornar en el tiempo y espacio
Nos situamos en la convulsa Europa del Este durante la guerra fría. Apenas tres años más tarde de que naciese el personaje anterior.
Una niña nacía en una zona no urbana, en un país dominado por el totalitarismo y con un entorno familiar complicado. Sus padres se separaron siendo pequeña y ella y su hermano se quedaron con su madre.
También practicó gimnasia… pero sus inicios fueron aún más curiosos. La gimnasia estaba muy presente en el entorno y su madre la inscribió porque creía que sería bueno que hiciera ejercicio para que canalizase toda la energía que tenía.
Acabó estudiando Licenciatura en Deporte y con titulación de entrenadora aunque… hubo mucha historia por entonces.
Con solo seis años fue tanteada por una de las muchas entrenadoras de gimnasia que había en su entorno y seleccionada para un equipo con un entrenamiento riguroso. El azar quiso que esta niña fuese la única de su equipo que pudiera ir a casa al acabar entrenamientos debido a que residía al lado de los entrenamientos. Otras muchas de sus compañeras, pese a la corta edad, estaban internas.
A los nueve años…. Ganaba el campeonato de gimnasia femenina de su país, convirtiéndose en la gimnasta más joven de toda la historia en ganarlo (en una zona de altísima tradición en gimnasia). Y un año después, con diez años de edad, tenía su primera participación internacional. Era en categoría junior, pero ya con diez añitos, alguna medalla de oro, tanto por equipos como individual, se llevó a casa.
Con doce años se puede decir que había hecho turismo. Quizá no hubiera visitado muchos monumentos, pero pabellones para competiciones de gimnasia, todos los que se le presentaron para competiciones junior. Barras asimétricas, gimnasia artística, salto… y en definitiva, oro va, oro viene.
Con trece años, en un campeonato europeo en Noruega, si hacemos recopilación, de todas las pruebas en las que participó, es más fácil citar en la que “solo” consiguió plata que en todas las que consiguió un oro indiscutible pese a que se enfrentaba a rivales de altísima categoría y ya se trataba de campeonatos absolutos.
Parecía no tener fin… y acababa de empezar, solo tenía trece años. Parecía no tener rivales.
Y es donde avanzamos un poquito en el tiempo y nos presentamos en las olimpiadas de Montreal 1976, las mismas que hemos citado antes. Ella, ya adolescente, tenía apenas 14 años de edad.
Iba con un historial impecable pero las estadísticas pesan mucho. Campeonatos hay muchos y de diferente índole a lo largo de diferentes años, pero el Olimpo es el Olimpo y solo cada cuatro años. Durante las últimas décadas, en gimnasia femenina habíamos visto una más que apabullante victoria de las gimnastas de la Unión Soviética, mientras que sus compatriotas apenas habían logrado una “medallita”.
Pero ahí estaba ella y quería hacer valer su talento y las horas de esfuerzo que le había dedicado en tanto entrenamiento.
Consiguió medalla tras medalla pero la sorpresa nos la traía con la competición de barras asimétricas.
Se puede hacer la prueba de ver su participación una y otra vez. No hace falta entender de gimnasia. Simplemente se pone en cámara lenta y se intenta encontrar un leve fallo. No lo habrá.
Cuando se ve un resultado de gimnasia es habitual que pueda parecer controvertido. Además de la apreciación particular de los jueces, el conocimiento técnico de este deporte no es suficiente por la mayoría de espectadores, por lo tanto, apreciarán la belleza de la exhibición en una participación pero costará encontrar esos errores que restan puntos y en qué medida lo restan.
Ahora bien, Montreal 1976, ¿Alguien ve un solo error?. Con más o menos conocimientos en gimnasia, ¿Alguien ha visto la prueba que ganó las barras asimétricas y encuentra un solo error?.
Fue cuando la gimnasia, algo tan manual, tan limitado al cuerpo humano y simplemente con la ayuda de unos elementos físicos inmóviles para la realización de la misma, idénticos para todas las participantes, ganó a la tecnología.
Omega era el proveedor de relojes de cronometraje y marcadores de resultados oficiales en los juegos olímpicos. La puntuación de una prueba de gimnasia se obtenía a partir de la media aritmética de todas las puntuaciones individuales de los diferentes jueces.
Pero… el marcador estaba preparado para tener un dígito de unidades, una coma y dos dígitos para décimas y centésimas.
En consecuencia, ¿Qué sucede si los absolutamente todos los jueces señalan un 10?. El primer “10” perfecto de toda la historia de la gimnasia.
El marcador de Omega lo único que pudo poner fue “1.00” y en posteriores olimpiadas fueron modificados (y el reglamento más tarde también con lo que otras puntuaciones son posibles).
Sin embargo, en Montreal 1976 se puntuaba sobre diez, se detraían puntos por cada fallo percibido en la exhibición del ejercicio y ninguno de los jueces apreció nada. Algo insólito en la historia, por lo que la puntuación fue de un diez clavado, cosa que el marcador no podía transponer.
De esas olimpiadas se volvió a casa con un buen puñado de oros, y en Moscú 1980, otras cuantas más. Su país realizó boicot a los juegos de Los Angeles 1984 por lo que no participó.
De quienes hemos estado hablando es de Bart Conner y de Nadia Comaneci, estadounidense y rumana de nacimiento respectivamente.
Ambos coincidieron físicamente por primera vez en 1976 en Montreal aunque no llegaron a conocerse.
Cuando sí se conocieron fue, en uno de los múltiples campeonatos internacionales en Estados Unidos en 1981. Debido a los diferentes boicots no volvieron a coincidir en ningunos otros juegos olímpicos y tras 1984 ambos se habían retirado (ninguno de los dos participó en Seúl 1988).
Las medallas que consiguieron cada uno de ellos con su país por separado darían para escribir una página relatando fecha, lugar, competición y tipo de ejercicio. Un palmarés casi inigualable para ambos.
En 1989, con la convulsa situación que se vivió en Rumanía, Nadia se planteó desertar. Afirmó luego que nunca fue consciente del riesgo que eso supuso. Para entonces había abandonado la práctica de la gimnasia así como la federación rumana de gimnasia.
Al final desertó y acabó en Estados Unidos donde comenzó una nueva vida. Una vida que… gracias a la gente que había conocido (y a su renombre), no le faltó apoyo para rehacerla tras la deserción de su país. País que veía cómo su régimen se desmoronaba y caía definitivamente abriéndose una nueva etapa.
Su relación con Connor fue directa, ese gimnasta igualmente laureado como ella, y que era capaz de subir las escaleras de su casa haciendo el pino. Hay muchas anécdotas de su noviazgo, a quien calificó como una persona honesta y tímida.
En 1996, con Rumanía en una nueva época, los ciudadanos de Bucarest veían cómo retornaba la gimnasta más laureada de la historia para contraer matrimonio en dicha ciudad con Conner.
La repercusión mediática que tuvo en Rumanía fue sin precedentes.
Desde entonces residen en Estados Unidos. Cinco años más tarde obtuvo la doble nacionalidad (rumana y estadounidense) y otros cinco más, en 2006, nacía Dylan, el hijo de ambos.
Conner y Comaneci han seguido vinculados a la gimnasia pero sobretodo han marcado sendos hitos en las categorías masculina y femenina por sus logros, esfuerzo y hazañas. Algo indiscutible.
Continúan viviendo en el estado de Oklahoma, pero en la localidad natal de Comaneci, allá en los Balcanes, no hace falta contar cuál es el nombre que tiene el pabellón de la ciudad, al tiempo que justo delante tiene dedicado un monumento que recuerda que de allí salió la que, sin duda, ha sido la mejor gimnasta de toda la historia.
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